“Mi libro de las ‘Bases’ es una obra de acción que, aunque pensada con reposo, fue escrita velozmente para alcanzar al tiempo en su carrera”, planteaba Juan Bautista Alberdi a la hora de explicar el sentido de sus pensamientos y, sobre todo, el ritmo que había que ponerle a la patriada. El inspirador de la Constitución Nacional creía que, para salir del “desierto” en la mitad del siglo XIX, con todo lo que conllevaba ese término en esos tiempos, había que moverse con rapidez y en sintonía con la necesidad de superar los obstáculos y de construir en simultáneo. Más o menos como ahora.
A esta altura de su historia, tras un siglo de ir por otros andariveles, bajo la concepción ideológica de un nuevo gobierno y con la cancha llena de pozos, pero a la vez rebosante de piedras colocadas no sólo por el último populismo sino por las incontables idas y venidas de su historia, la Argentina deberá superar sí o sí otro desierto. Y tendrá que hacerlo con otras cargas ideológicas no menos difíciles, pero con la misma o mayor rapidez que solicitaba el gran tucumano para recuperar al menos una porción del tiempo perdido y tratar salvar a una gran parte de su población, hoy sumida en la pobreza y el desamparo de no tener miras. Como Alberdi, los libertarios quieren poner con sus ideas al país rumbo al progreso: ya se verá.
Pero, además de ir rápido, el ritmo de los eventuales cambios debería darse detrás de algo coordinado, de un método lo más objetivo posible que sirva para ordenar cualquier locura, algo que los planificadores llamarían “secuencia” y que Shakespeare, en “Hamlet”, calificó como “método”, que es la lógica que ordena las cosas. Es decir, saber cuál debe ser la sucesión de los hechos a ejecutar, los diferentes planes B que se necesitan tener ante los desvíos y sobre todo, quiénes serán los encargados de llevar adelante el proceso, tal como en una línea de producción continua, pero con seres humanos, que no son tornillos a apretar, precisamente.
Para desesperación de quienes creían haber tenido el país en un puño y lo deterioraron justamente por creérselo, en la periferia del Presidente dicen que con los 1.030 artículos entre el DNU y la Ley Ómnibus se han quedado cortos y que la semana próxima se van a despachar con un par de centenares más, destinados a seguir con la desregulación de la vida de los argentinos, lo que parece ser hoy la piedra basal del esquema. Más allá de las formas de las piezas jurídicas, muchas de ellas ya recurridas ante la Justicia, los argumentos para contrarrestar las críticas políticas que se le hacen a la extensión de los cambios que relacionan las ataduras que inmovilizaron al sector privado con el ambiente de libertad que hoy se pregona son impecables: “si no tuviéramos tantas regulaciones, la cantidad de artículos no hubiese sido tan larga”, se argumenta.
Desde el nuevo gobierno explican también que “remover el pie del Estado que aplasta la cabeza de los ciudadanos” es una manera indirecta de ir bajando costos como paliativo a la reducción impuestos prometida, algo que no llegará hasta que los gastos se reduzcan y se tienda al equilibrio fiscal. En medio de tantos esquemas movilizantes de la iniciativa privada a partir de desregulaciones que dejan de lado a los amos y señores de la fijación de los precios o de los sospechados controles de importaciones, porejemplo, ha llamado la atención que se proponga una sola pero particular regulación, además crítica por el ámbito al que se dirige: que la retribución de los jubilados quede sometida al dedo del burócrata de turno.
Si la fórmula de movilidad jubilatoria es mala (y lo es porque los que más ganan han perdido casi 25% de sus ingresos en términos reales durante el último año), algo había que hacer para equilibrar los ingresos, pero la lógica que exhibe el presidente Milei no debería haber permitido tamaño exabrupto. Las necesidades fiscales son apremiantes, pero se está jugando con un sector crítico, por más que se argumente que es para sacar a los jubilados de la licuadora. También preocupa el pase al Tesoro del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de la ANSeS, aunque cada día representa menos porque el kirchnerismo lo llenó de papelitos de colores que bien podrían ser neteados al compás de un “pagadiós” ultrajante. Más allá de lo ideológico, ninguno de los dos temas pasaría por el Congreso.
Desde el nuevo Gobierno, que eligió el shock también como contraparte del fallido experimento de gradualismo que deterioró a Mauricio Macri, se sostiene como un punto central que la velocidad de aplicación del nuevo ordenamiento es directamente proporcional al tiempo de salida. Con pataletas de los puristas de las formas por el advenimiento de procesos drásticos que no siguen algunos cánones que probablemente demorarían más los resultados, el método Milei va justamente por allí: desatar a como dé lugar y. sobre todo, lo más rápidamente posible todas las amarras para que la rueda del sector privado empiece a funcionar otra vez con mejor ambiente y más posibilidades de negocios.
La velocidad es notoria y la secuencia va quedando clara: al día dos de la nueva gestión, el ministro de Economía ya había presentado los principales lineamientos de la gestión: dólar a $800 y recortes en subsidios y empleo público, entre las principales definiciones. El paso dos fue a los 10 días de haber llegado a la Casa Rosada, con el tan criticado Decreto de las múltiples derogaciones y el tres, con el Proyecto de Ley que se mandó a Extraordinarias durante la última semana: “Bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos”.
Algunas cosas en materia de estabilización ya se han hecho, como la vieja sintonía fina de los televisores, pero aún falta reorientar definitivamente la antena para que los precios comiencen a bajar y la recesión a ceder. Lo que no queda por ahora del todo claro es cómo se va a llevar adelante el proceso de reversión, qué va primero y qué va después, quién deberá operar la botonera cuando la cosa descienda a ministerios y secretarías y hasta dónde se va a llegar. Esta columna comparaba esa lógica con el desafío de una partida de ajedrez y, al respecto, aún no se observa bien cuántas movidas para adelante tiene prevista el jugador.
Tras haber recibido la bomba neutrónica de la emisión que hizo Sergio Massa en los últimos meses y tocado algunos elementos que tienden a que los precios relativos hayan empezado a alinearse con muchísimo dolor para el grueso de la sociedad, el primer síntoma de la incertidumbre que acompaña a la ciudadanía es ver como la pérdida de ingresos se torna irremontable, mientras que se observa, por ahora, poco sustento de la red de contención. Este es el precio que dicen estar dispuestos a pagar los ideólogos del Plan libertario para superar el ojo de la tormenta lo más rápídamente posible.
Cuando el gran espasmo pase, dentro de tres, cuatro o seis meses, mientras las resistencias políticas se hayan podido muñequear en el Congreso, en los Tribunales y en la calle y, sobre todo, si la sociedad aguanta aunque llegue a los tumbos y sin haberse desilusionado del todo, por fin se debería arribar al tan deseado Plan de Estabilización que tenga un tipo de cambio real coherente que opere en un mercado unificado o eventualmente en dos (comercial y financiero), con los precios escalonándose lentamente hacia la baja y, sobre todo, con recuperación productiva. “Si esto funciona bien” dicen los economistas que hacen proyecciones, ese Plan será fuertemente reactivante. Ojalá que ello ocurra y que sea en 2024. ¡Felicidades!